jueves, 17 de febrero de 2011

Martin Waschbär: desarrollo de una línea constructiva.

 

Probablemente la moda masculina está viviendo dos tendencias básica en paralelo. Una se despeña por la corriente de la moda ácida y ocasional, y la otra tiene, además de sus propios meandros y particularidades, la señal principal de la sastrería y el regreso a una formalidad evolucionada, como si eso que se daba en llamar “el eterno masculino” debiera adaptarse a los tiempos que corren.

En uno y otro vector está presente el fenómeno “vintage” como catalizador y fuente, es casi como que el diseño contemporáneo no sabe vivir de su novedad inspirativa si no se siente anclado y soportado por un pasado esplendor. ¿Y cómo es ese pasado? Variopinto y complejo, con muchas situaciones plásticas estancas que caracterizan tipos, hombres distintos en convivencias dentro del ámbito global.

Términos vulgarizados a mansalva como cool, trendy, neopop, trashlook, se sustituyen sutilmente por una línea de dibujo muy actual, pero consciente de su responsabilidad electiva de cara el mercado, por poner el ejemplo básico de cualquier intento de colocación del producto en las miras de la moda contemporánea. Esas tendencias o reflejos de ellas, se amalgaman y difuminan en una justificada búsqueda de integración urbanita. Esto es más o menos en pocas y sucintas palabras lo que alienta las colecciones nacientes de la mano de Martin Waschbär, un nuevo sello que captó mi atención cuando le invité a formar parte de la exposición HOMBRES EN FALDA que se realizó en la Estoril Fashion Show del verano de 2010.

Antonio Damian Martin

La colección de invierno primero y luego esta de verano que nos ocupa, propone una búsqueda de ese equilibrio entre lo que podemos llamar originalidad con unos estándares de los que la moda masculina siempre es deudora. La moda de mujer aparece puntualmente señalada y concebida como un contrapunto profesional, como factor de equilibrio.

MartinWaschbärSS11_07                   MartinWaschbärSS11_21

¿De donde proviene el nombre comercial Martin Waschbär? Habría que explicarlo aunque fuera someramente. Martín es el apellido de Antonio Damián Martín, su nombre real, y Waschbär significa mapache en alemán, pero a la vez el fonema germano es muy parecido a “lavable”.

En su momento escribí taxativamente:

"M. W. posee ya en su estilo los elementos de línea y rigor que permiten augurarle un futuro prometedor en el mundo de la moda masculina."

camisas carnet joven             vihvo holocausto

En ese momento no había visto sus prendas para mujer ni el desarrollo de su aparato estético, pero está claro que Martin Waschbär propone una consecuencia entre las prendas de un género a otro, una solución de continuidad en base a u na expresión muy contenida y a un sometimiento explícito y complacido a la línea constructiva. Y es que detrás de un trabajo formalmente impecable hay un sólido trabajo previo, que podíamos llamar de mesa o de documentalista, pero que al final es parte de la práctica concienzuda de la creación de moda, sobre todo si se quiere hacer desde una perspectiva formalista compleja y rigurosa.

La colección Otoño-Invierno 2011 de Martin Waschbär se llama “Derviç”, que en turco significa derviches, los legendarios bailarines girovagos de creencia sufí, donde se acentúan las líneas rectas y los volúmenes aplanados. En el caso de la mujer, las prendes son una desinencia formal de las masculinas que fueron concebidas precedentemente. Las gamas siguen siendo estrechas y puede decirse que son ya parte del estilo de M. W.: blanco, gris negro y cámel. Los tejidos se mueven entre la batista de algodón, la lana y el algodón liso entre otros materiales.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Elena Miró y su profesionalidad (a toda prueba)

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Su desfile para Primavera-Verano 2011 se basa en un elegante gusto relajado por lo costero, siempre en gama clara.

Roger Salas

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Esta crónica hay que empezarla como una de sucesos y no como una simple recensión de moda. La firma Elena Miró ha sido expulsada de la Semana de la Moda de Milán. Después de cinco años y diez desfiles heroicos, profesionales, reivindicativos y más que justificados, la Cámara Nacional de la Moda ha cancelado expeditivamente del calendario oficial a Elena Miró, obligándola además a organizar su desfile fuera de la semana de oro, en la que ya era difícil encontrar un hueco en el segmento horario.

Los datos son incontestables. Entre el 35 y el 40% de la mujer italiana se mueve en el tramo de lo que llamaos “tallas grandes”. La propia Cámara Nacional de la Moda firmó hace apenas tres años el controvertido Manifiesto contra la Anorexia, que traía a colación los lastres provocados por los estilistas y la publicidad forzando cada vez más la silueta femenina a términos de escuálida pantalla, con un tallaje también irreal y engañoso que traía de cabeza a los Ministerios de Sanidad de toda Europa y del mundo. Pero la moda basa su poder en la fantasía, y por qué no decirlo, en esa amable mentira envuelta en cuatricromía y retoques fotográficos.

El comunicado de Elena Miró es claro: lanzó un casting on-line a través de Internet con aspiración global. Las modelos seleccionadas servirían para servicios fotográficos futuros, desfiles y promociones, no sólo de Elena Miró sino de otras marcas y sellos dedicados a las tallas grandes. Para Elena Miró la reivindicación de visibilidad dentro del ámbito de la moda de una mujer solar, mediterránea, saludable y sin complejos pasa por este proceso. Los datos del Grupo Miroglio y su expansión son evidentes: presencia en 35 países, 240 tiendas propias, más de 200 corners en grandes almacenes de todo el mundo y oficialmente en venta en alrededor de 1.500 tiendas multimarca. La facturación supera los 150 millones de euros anuales.

Pero por qué no le gustan las modelos de entre las tallas 44 a la 48 (con sus correspondientes equivalencias en cintura de 76 a 82 y en pecho de 102 a 110) a la Cámara Nacional de la Moda Italiana? La respuesta es extraña, pues no comporta sólo el negocio sino la imagen. Las presiones han sido muchas y sabidas, el boicot a los primeros desfiles era evidente: se podía cortar el aire, algunos venían a rastras, otros se permitieron en la prensa comentarios insidiosos y hasta desagradables. Los Miroglio siguieron su labor de empecinados, que tiene mucho de real.

Esta vez el desfile se llevó a cabo en una carpa de la Escuela Militar, con sus muchachos entorchados de oro en la puerta y muchas banderas. La colección “Incantesimo amalfitano” se situaba en Positano y sus calles recoletas, su explosiva flora y su ambiente elegante y playero a la vez. La colección eludió totalmente el negro y se basó en el gris perla, el berenjena y el marfil, con un claro aire retro que se acentuaba con las altas cuñas de esparto trenzado, los sombreritos calados de paja al molde de agua, los pantalones pescador, el bañador de dos piezas a los 50 y el abundante corte trapecio. Hubo un estampado abstracto sobre seda pañuelo que se usó como foullard, top o simplemente tejido al bies para un albornoz o más bien “salto de playa” delicioso.

La ropa sastre ligeramente desestructurada y forrado en raso muy suave, los mini-shorts, el uso del lino prensado, las líneas más de fiesta donde no faltaba el lujo del brillo Svarowski y las blusas criollas (o habaneras) terminaban de dar un ambiente sensual y relajado.

© Roger Salas

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ElenaMIro_031_Lizzie Miller SS11 (mod. Lizzie Miller)

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miércoles, 3 de marzo de 2010

EL AÑO DE LAS CURVAS

EL AÑO DE LAS CURVAS
Elena Miró abre la Semana de la Moda de Milán

Con un decorado de aire oriental que impresionó y dejó con la boca abierta (y cabiendo fotos como locos) a los mismos japoneses, el desfile de Elena Miró ya tiene seña fija en su horario ingrato en día difícil: abrir las sesiones de desfiles en la Feria de Milán, un sitio inhóspito y de aire posindustrial que a fuerza de cortinas (más bien trapos) negros, arquitecturas efímeras, luces convenientemente colocadas y un ir y venir de gente vestida de negro, ha conseguido un cierto empaque, inspirar el aire de allí se cuece algo importante, si bien, en Milán cada uno va a su bola y tiene su salón privé.

La Feria tiene una identidad clara que se identifica con la gran industria italiana, eso es bueno y malo a la vez. Se trata de que los expositores tengan claro que son eso, parte de un engranaje industrial, uno de los primeros del país y sin duda el más prestigioso.

La firma Elena Miró (los hermanos Miroglio, muy conocidos y respetados en el sector) luchó lo suyo por llegar aquí. Y al principio, ya lo dejé escrito entonces, era nadar contra corriente y poner una pica en Flandes. Hoy el asunto tópico está zanjado, si bien los críticos y las lumbreras de las grandes revistas siguen sin aparecer. Se teme a la talla grande. Es un prejuicio que se hace perjuicio. Las estadísticas de consumo (en cuanto a tallas) están claramente de este lado del sistema, pero estar de parte de algo aquí no sirve de nada. El gurú contemporáneo sigue “erre que erre” empeñado en esa irrealidad tan fotogénica como pictórica, tan enfermiza como seductora. Probablemente Elena Miró haga historia cotidiana y la utilidad real de su desfile desborde las expectativas estrictas de la moda estacional y se inscriban en lo sociológico.

El desfile en cuestión discurrió con el plantel de modelos habituales de la casa, Crystal Renn (Miami, Florida, 1986) al frente. Crystal (talla 44-46, 96 de pecho) ha publicado además, un libro: “Hungry: A Young Model’s Store of Apetite, Ambition and the Ultimate Embrace of Curves” al que le dedicaré un artículo aparte en breve en este blog. Si Renn ha logrado ser musa de Gautier y otros estilistas de primera línea, no ha descuidado su papel militante al lado de sus “hermanas de talla”. Su aparición en tres salidas es algo más que simbólica pero siempre tiene un reclamo (a la vez que un significado) reivindicativo que se mantiene importante.

Japón como inspiración en quimonos cortos en seda pañuelo de gramaje alto. Abrigos largos entallados que querían acercarse a las heroínas del cine negro (expresamente a Laurent Bacall) en lana planchada; el uso del cristal de Svarowski en rojo rubí y negro; el crepé devoré negro y oro viejo usado como tejido referencia, además de cuellos en punto grueso de aguja al estilo doméstico (punto popular o manual), daban posibilidades a líneas que no eludían el entalle ni la puntuación de las curvas.

Hay que citar el negro sobre negro de algunos conjuntos, el tramado de lúrex (que sigue apareciendo temporada tras temporada y adaptándose “camaleonicamente” a las tendencias). La cifra cromática se movió entre el siena, rojizos, negro y berenjena, mientras que el largo fue rodillero y la cintura en si sitio de tradición natural. Las hombreras discretas y prudentes, proporcionales al conjunto.

Gafas, pendientes, agujas de madera lacada en el pelo, pulseras poderosas: unos accesorios sin timidez que acentuaban unos looks que no quieren ser discretos sino al contrario, conseguir la seducción a través de una rotunda presencia.

© 2010 Roger Salas

lunes, 18 de enero de 2010

El diseñador Eduardo Rivera presenta sus creaciones en TRANOI (París).





El diseñador Eduardo Rivera presenta sus creaciones en TRANOI (París).

La única colección de hombre española escogida para el prestigioso evento de moda Tranoi (www.tranoi.com) ha sido la de la marca EDUARDO RIVERA.
La Bolsa de París acogerá las 100 colecciones de hombre más vanguardistas los días 22, 23 y 24 de enero.
-o-
Eduardo Rivera (Madrid, 1977) ha crecido profesionalmente como creador de la firma de mujer ENE DE RIVERA, presente actualmente en más de 15 países, y con showrooms permanentes en Madrid, Londres y Moscú.



Su asignatura pendiente era diseñar una línea de hombre. “Al mercado le faltaba una sastrería joven, cómoda y elegante” – dice el diseñador. Esta necesidad creativa le lleva a materializar su sueño con la firma EDUARDO RIVERA, acogida con un éxito extraordinario. Sus dos primeras colecciones están presentes en las mejores tiendas multimarca del país.



Con la participación en Tranoi, pretende dar a conocer su nueva marca de moda masculina en el mercado internacional.



Prensa Eduardo Rivera,












viernes, 18 de septiembre de 2009

Exposición HOMBRES EN FALDA


Después de las tres ediciones realizadas en Madrid (2006), Sevilla (2008) y Valencia (2009), la exposición HOMBRES EN FALDA (c), comisariada por Roger Salas y producida por Vito Montaruli, proyecta para este otoño su cuarta edición en Vigo (Galicia); en la primavera-verano de 2010, HOMBRES EN FALDA (c) emprenderá su trayectoria internacional en Roma y Lisboa.

lunes, 7 de septiembre de 2009

La camiseta que habla, el t-shirt se hace moda


(Scooter LaForge)


De prenda interior a prenda bandera (su origen, tal como la conocemos hoy con su hermana la “canotier”, está historiado y documentado en los uniformes militares ingleses primero y americanos después), la camiseta se ha convertido en un arma, tanto de publicidad como de propaganda, a la vez que también, terreno de experimentación para diseñadores, gráficos y estilistas. La prenda en su carácter básico ha sobrepasado con mucho lo funcional, y sólo encuentra parangón en el terreno de la moda, en el desarrollo “fashionístico” de la zapatillas deportivas y acaso del jeans o vaquero.

Por la camiseta han pasado varias fiebres estéticas, desde la social-política (la cara del Che Guevara), a la logomanía, que las “big brands” primero loaron y ahora desprecian después de haberse convertido en uno de los grandes filones de la industria del falso. También la camiseta, junto al mencionado jeans o vaquero, fue la superficie donde se “interpretó” primero la cultura del “arte povera” y del trash-art: en las huellas va el mensaje.

La jerarquización de la camiseta en el alto look masculino debe mucho a Giorgio Armani y habría que irse a las irreverentes colecciones de Vivianne Westwood de los fines de los setenta para encontrar huellas certeras de innovación y usos, pero la moda fagocita su propia historia día a día, y la camiseta se usa y se tira, rara vez se conserva (a menos que se dome y se use como pijama cariñoso) o se hace fetiche más allá de si te la firma una estrella (de fútbol).

© Roger Salas

Nómadas: del pasado al escenario


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sangha market de miguel barcelo

(C) Miquel Barceló

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Al nomadismo real que impone la sociedad contemporánea (desde los vuelos “low cost” a las becas Erasmus) habría que sumar el nomadismo cerebral, mucho más enraizado en el ponente cultural individual que en otra cosa. Al hilo, está el nomadismo virtual (o en red), un arma de doble filo que puede llevar a un falso enciclopedismo del mundo, algo así como que te fíes de los datos de Wikipedia o sólo compres en E-bay. El nómada es, como reza el dicho castellano, quien duerme con las ventanas y las piernas abiertas, dispuesto a recibir el intempestivo de la experiencia, a procesarlo en función de su entender… y tozudamente empeñado en seguir adelante o hacia los lados, que, como decía Alonso Quijano (un nómada fundacional) “bacía, yelmo, halo… ese es el orden, Sancho”. Al nómada le basta a veces con ir del caño al coro y del coro al caño.

El nomadismo y su componente cultural, el acto del alma errante que vaga por su inquietud moral y tantas veces atenazado por la supervivencia, es arte antiguo. A mí me gustan especialmente los ejemplos de los coreógrafos-bailarines de los albores del ballet, allá por el siglo XVIII y principios del XIX, su capacidad de trasladarse, instalarse en plaza ajena, triunfar y partir de nuevo. Eso, antes y ahora, genera un cierto y verdadero cosmopolitismo. Estos hombres eran, además de físicamente muy entrenados para el bregar, cultos, políglotas, seductores y dado el caso, rompecorazones (la bisexualidad en los teatros de entonces era un asunto mucho más natural que ahora). Hay sagas y biografías fascinantes: desde Salvatore Viganò al Divino Vestris (que Barishnikov, cuando era un joven bailarín de futuro, encarnó brillantemente sobre la escena en un solo de ballet que podéis encontrar en Youtube). Otro personaje que fascina en este mismo sentido y que se aviene a la misma época es Giaccomo Casanova. Cuando se leen sus memorias, las que empezó a escribir ya anciano en Praga (donde asistió al estreno del “Don Giovanni” de Mozart: otro ejemplo de nómada), no se nota otro arrepentimiento ni otra fuga que la mala pasada que le juega su memoria a la hora de revivir sus cuitas; su amargura es relativa al tiempo implacable (era un hombre moderno), del que no podía ya disponer a su antojo, y siente, sufre sobre sí mismo, el desprecio que hay en torno suyo por la vejez, lo que viene bien para asegurar que hay dos tipos, entre muchos, de nómadas: los jóvenes y los viejos, los que llevan la sombra delante y los que la llevan detrás; incluso los hay que han perdido su reflejo solar en senda ingrata.

La frontera de la edad hace tribu, y en el mundo global que nos ha tocado vivir, la madurez y la ancianidad no son un grado, sino un lastre, un argumento para apartarte bruscamente de cualquier elección. La obsesión por la juventud (buscada como eterno imposible o deseada como objeto de posesión) se vuelve el más cruel de los argumentos estéticos o comerciales y se enarbola como guión de una pintura moral utópica, engañosa, bonita. Casanova se refugiaba en sus armas de seducción, su talento para embaucar desde a una monja a un cantante travestido. Le daba igual. Sabía que era un nómada y que el argumento era el viaje mismo, su tránsito, la sensación de paso y de disfrute, de acto acumulativo tanto en la memoria como en la huella física. No era un mochilero: vivía en palacios y a la sombra del mecenazgo de los aristócratas, siempre ávidos de sentar a su mesa al exótico y paradigmático personaje, algo que también sucede hoy con cierto patetismo.

Los nómadas del siglo XX que se han vuelto materia de culto e iconos están primero en los dadaístas (y en los bailarines del los Ballets Russes de Diaghilev, con Nijinski entre otros dioses de barro y oro). Hoy se puede de nuevo peregrinar hasta el Café Voltaire en Zurich (felizmente recuperado como espacio para el arte experimental por la firma de relojes Swatch), un sitio que reunía a crápulas de distinto pelaje y donde se gestaron unas iniciativas de creación y ruptura que aún hoy lideran el panorama. Vivimos de las rentas del dadaísmo, tal como en el diseño industrial seguimos a la sombra de Bauhaus y en la danza contemporánea al hilo de Graham y Cunningham. En el teatro todo lo que sucede es un hijo putativo de Antonin Artaud. Cuesta reconocerlo, pero un buen comienzo es ver en ellos esa vocación nomadista que a veces es “in situ” y a veces es de pura traslación vital. Para mí un caso conmovedor es la recientemente desaparecida Pina Bausch, una mujer severa por encima de su propio genio que en un momento determinado ya en la madurez cedió al nomadismo en busca de inspiración: Palermo, Madrid, Estambul, Lisboa, Sao Paulo… allá que se iba con su tropa en una residencia frágil, temporal pero que no quería ser epidérmica, para crear sus nuevas obras escénicas y que se llamaban casi siempre así, como las ciudades catalizadores del ansia, sitios donde siempre sería una extraña.

Tristan Tzara, Marcel Duchamp, y tantos otros (pero principalmente ellos) han dejado mucho más que sus propias obras cognoscibles: han dejado una idea, un principio que negar, aplastar y sobre el que pisar para avanzar. Lo que comunican desde su negación del pasado y del viaje no es otra cosa que un concepto ultramoderno, revulsivo. Duchamp trabajó con restos, sus “ready made” desde el inodoro en adelante son indestructibles, eternos en esa carcajada de talento desacralizador. Pina Bausch encontró en una ex bailarina de su propio grupo la diseñadora de trajes ideal: Marion Cito, que se dedicaba, donde llegaban, a ir de mercadillo en mercadillo, a las tiendas “second-hand” a rebuscar entre las perchas donde siempre huele un poco ácido, al desinfectante con que han lavado esa ropa antes de colgarla a vender, intentando quitarle así su memoria, su pasado. Bausch y Cito crearon un estilo que no sólo colea, sino que manda en la escena contemporánea, ese desaliño propio del nómada que también ha encontrado eco en las pasarelas y en los diseñadores más inquietos y relacionados con la cultura, como Martin Marguiella. Helmut Lang, Romeo Gigli, Antonio Miró. Pero esos trapos a veces descoloridos y otrora elegantes quieren decir algo concreto: son parte de la estética y del simbólico, del instinto del nómada. Con un descuido que es sólo aparente, los artistas se mueven, navegan en un mundo de incomprensiones que llega hasta las propias vestiduras que les representan y les cubren de las inclemencias del viaje inevitable.

© 2009 Roger Salas